Fuera de la caverna los lamentos cesaron y en su lugar las estrellas brillaban
Al ritmo del son de las hebras de una mujer de piel árborea, los riscos se iluminaron
¡Oh montaña de piel escarpada y bermeja, la sangre y el bronce en ti se impregnaban!
A mi maestro seguía por aquella vereda, cuando de pronto con su dedo señaló
A las gacelas que alrededor de una pira danzaban, ¿Qué ánimas son éstas?
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